sábado, 5 de noviembre de 2022

 



Poemas y trenes...


(DOS RESEÑAS)






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Este es un libro de un amante del tren, pero que no se reduce a servir a compañeros de afición, a friquis de la vía. El retrato singular, la forma de viajar, y sobre todo la narrativa. Alfonso tiene la capacidad de hacerlo biográfico acercándose a la experiencia cotidiana de cada uno de nosotros. Reflejándonos tanto que al final tiene uno la sensación de que es él, y no otro, quien está protagonizando el viaje. De hecho la pregunta final, acabando la lectura, es si todas esas regiones que nunca tuvieron red de ferrocarril, y que abundan en la España vaciada, los vacíos, no han quedado huérfanas sin saberlo de una parte de nuestra cultura y nuestra historia. A lo que hay que añadir la defensa cerrada de Alfonso de lo regional, muy coincidente con tantos ciudadanos que se organizan hoy en plataformas para que no se cierren sus líneas. Parece que la corriente de decisiones europeas y del gobierno central y autonómico no pasan por ahí, sino por el AVE o el Alvia, pero quién sabe. Unos líderes que te insisten a la par que tienes que dejar de usar el coche, sumado a la crisis de la energía, tal vez acabe resucitando estas líneas.

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«Caminos de Hierro», el ferrocarril entre el pasado y el futuro (Martín Sacristan. Revista digital "La soga")












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Es polifacética la trayectoria vital del escritor Alfonso Vila Francés (Valencia, 1970), pues ha vivido en distintas localidades (Madrid, Orihuela, Bruselas, Debrecen…) y ha trabajado como bibliotecario, monitor de tiempo libro, profesor o archivero. Todo ello influye en que también lo sea su obra literaria, pues, además de poeta, es narrador y, si se me permite una licencia, fotógrafo, porque Vila Francés también consigue plasmar la literatura de lo que fija el objetivo de su cámara. Así, es autor, entre otros títulos, de los poemarios Acto de clausura (Accésit del XII Premio de Poesía Dionisia García), El final del banquete Tiempo muerto, del libro de relatos Velas y de fotografía (y trenes) España en regional y En vía muerta. Es una buena representación de lo que en otro lugar denominamos viejoven (Antología de poesía viejoven. Casting de poetas sin foto) y que ahora nos presenta una nueva obra poética titulada Poemas rotos.

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"Poemas rotos", de Alfonso Vila Francés (Manuel Guerrero Cabrera, Revista digital Kopek













domingo, 26 de junio de 2022

sábado, 11 de junio de 2022

 








UN LIBRO NUNCA ES UN LIBRO EN SINGULAR



Un libro siempre es un libro en plural. Un libro son todos los libros que has leído, todos los que has escrito, todos los que has querido escribir, todos los que tal vez escribas algún día.

Yo divido mis libros en dos grupos. Los que publiqué antes del 2009 y los que he publicado después. Los que publiqué antes están bien, incluso puede que estén muy bien (como “A golpe de palabras” que ganó un premio que en ese momento fue muy importante para mí), pero no los cuento, no los cuentos porque son libros secos, libros en los que yo me bañaba en la vida con un traje de neopreno puesto. Libros cuando la vida aún no me había calado hasta los huesos. Cuando uno es joven escribe sobre cosas que aún no ha llegado a vivir en toda su crudeza. Está bien que escriba sobre ello, pero siempre se queda, inevitablemente, en la superficie. Está bien que escriba sobre ello porque es una manera de ir entendiendo de qué va todo este asunto, para ir preparándose para lo que va a venir…

Y lo que va a venir empieza para mí en el 2009. Empieza cuando estoy en el paro con dos niños muy pequeños y un piso que no puedo pagar. Empieza cuando mi mujer está también en el paro (si cobrar nada) y tenemos que apañarnos con mi paro (que se acabará y me dejará solo una ayuda de 425 euros, cuando ya solo la hipoteca que tenemos que pagar es bastante más que esa cantidad). En ese momento es cuando yo tengo que cortar con todo lo anterior (que me ha llevado al desastre) y intentar vivir y sobrevivir de otra manera (si eso es posible). No voy a contar mucho sobre esto. En su momento escribí un diario. Lo llamé “diario fotográfico” porque ponía fotos de la familia. Solo fotos de nosotros, de mi mujer, mis hijos y yo. Eran fotos alegres. Se lo mandé a Juan Manuel Castro Prieto. Increíblemente miró el email (yo no lo conocía de nada, encontré un email en su página web y le escribí, sin demasiada esperanza de que contestara). Juan Manuel me dijo una cosa que era muy cierta: “Cuanto más duro es lo que cuentas, más alegre pones la foto”. Yo lo había hecho de una manera instintiva, pero era cierto. Por un lado mis hijos creían felices, o lo más felices que podían, por otro lado mi mujer y yo nos hundíamos en una tormenta fatal de reproches, culpa, desesperación y pesimismo. “Pase lo que pase, que los niños no noten nada, que tengan una infancia feliz”, dijo mi mujer. Y tenía razón. Para discutir cerrábamos la puerta, no queríamos que ellos se enteraran. Pese a todo era difícil. Una vez mi mujer se puso a llorar y mi hijo más pequeño vino todo enfadado a decirme: “Mira lo que has hecho, has hecho llorar a la mama”. Me jodió mucho el reproche de mi hijo. Pero le expliqué que no lloraba por lo que yo le había dicho, sino por la situación, una situación que él todavía no podía entender y que esperaba que no tuviera que entender nunca.

En ese momento, entre otras cosas, decidí que tenía que escribir más, que escribir mejor. Y que publicar lo que había escrito. Yo ya estaba muerto, vale, pues bien, pues iba a dejar unos cuantos libros como testimonio de mi muerte, aunque eso no sirviera para nada. Por eso, por desesperación, porque más muerto ya no podía estar, envié ese email a Juan Manuel Castro Prieto. Y luego, como era un fotógrafo que me gustaba mucho y que, afortunadamente, también había puesto un email de contacto en su blog, pues le envié también mi diario fotográfico a Navia. 

Con Juan Manuel perdí el contacto hace tiempo, pero puedo decir (y estoy infinitamente orgulloso de ello) que con Navia me escribo regularmente. Y sus consejos y sus enseñanzas son absolutamente maravillosos. Para mí, si tengo que quedarme con un fotógrafo, evidentemente me quedo con Navia. Y no solo por su lado profesional, sino también por el lado humano. Lo mismo que con Juan Manuel Castro Prieto, cuando le envié mi primer email, no tenía demasiadas esperanzas. Y me equivoque... Increíblemente se descargó el archivo (el archivo, muy grande, por cierto, de un absoluto desconocido), lo miró y me contestó. Y me dijo que le había gustado mucho y que era muy duro y que lo tenía que publicar y que quería regalarme un libro suyo (y me lo regaló, con una dedicatoria fantástica, como todas las suyas). Con estos dos emails, el de Juan Manuel y el de Navia, yo comprendí que a lo mejor tenía una pequeña esperanza de salvación. No iba a dejar de morirme de hambre por eso, no cambiaba nada sustancialmente, pero todo cambiaba porque no estaba solo, porque otros me comprendían, porque a otros les gustaban mis fotos y mis textos, y porque esos otros eran nada más y menos que dos grandes fotógrafos a los que yo admiraba mucho. Eso era una pequeña botella de oxigeno en mitad de una travesía por una cueva oscura y llena de agua. No se veía el final del túnel y todavía podía morir ahogado, pero por lo menos tenía un poco de oxigeno, justo cuando ya no podía respirar.

Y no podía respirar porque ya estábamos en el 2012 y yo seguía en el paro (como medio país, pero eso no era consuelo de nada) y las cosas seguían igual de mal. A veces es eso lo que te mueve, la simple y pura desesperación. Como ya estaba muerto y a los muertos poco les importa los rechazos editoriales, continué enviando mis novelas y mis relatos a algunos editores (y curiosamente seguía pasando lo mismo: les gustaban, pero no podían publicarlos). Eso me jodía mucho: “Me ha gustado pero…”. Siempre había un “pero”. Y el “pero” era el dinero. A veces la editorial cerraba al poco de contestar a mi email. ¿Qué podía hacer yo? No era culpa mía. La situación era muy mala para todo el mundo. “PERO” al final de qué valía el “Me ha gustado mucho” si el libro no se publicaba…

Un día hablé con un conocido, hijo de unos amigos de mis padres, que trabajaba de traductor para una editorial. Me dijo: “escribe primero en revistas, hazte conocido, luego ya te publicarán la novela”. Le pregunté cuál pensaba que era la mejor revista del país. “Jot Down”, me respondió. “Vale”, le contesté entonces. “Pues voy a publicar en Jot Down”. Lo repito otra vez... ¿A un muerto qué le importa que le rechacen un artículo? Así que busqué el email de la web de Jot Down y les escribí varias veces. Fui un poco pesado, pero no tenía muchas opciones. Escribir en Jot Down o tirarme por una ventana, esas eran las dos opciones que más se me pasaban por la cabeza. Bueno, lo de tirarme por la ventana era la opción B. La opción A era que pareciera un accidente. Curiosamente con la hipoteca que había firmado venía un seguro de vida. Según ese seguro si yo moría en un accidente, el seguro pagaba lo que faltaba por pagar de la hipoteca. Conclusión: si estaba vivo el banco me iba a embargar el piso. Pero si estaba muerto el piso se lo quedaban, en propiedad, mi mujer y mis hijos. O lo que es lo mismo; yo tenía más valor muerto que vivo.

Increíblemente los de Jot Down publicaron un artículo mío, y luego otro y luego otro. Y luego apareció una editorial recién creada, que se llamaba Barrett, y les envié la novela y resultó que ya me conocían por los artículos de Jot Down y, lo más increíble aún, resulto que estaban dispuestos a publicar mi novela. Y se publicó. Mi primera novela, por fin…

Y luego se empezaron a publicar los libros de poesía que yo había ido escribiendo desde que un día comprendí que tenía que borrar todo lo que había escrito hasta entonces, porque eran libros secos, libros que no los había tocado, empapado, corrompido y desintegrado el agua; y tenía que empezar a escribir desde cero, como si fuera la primera vez que escribía, y pensando que eso era lo último que iba a escribir, que lo que escribía iba a ser mi testamento, y que tenía que dejar algo que mereciera la pena ser leído por los que venían después. Y tal vez no fuera importante, pero lo que yo iba a escribir tenía que ser importante para mí, tenía que ser vital, tenía que ser esa última palabra que lucha por salir cuando ya casi ni puedes hablar. Y luego ya daba igual. Lo que pasara después ya daba igual, porque por lo menos yo ya había hecho algo decente con mi vida. O lo había intentado…

Sí, suena dramático. Pero esos años eran dramáticos. Eran dramáticos cuando estás en el parque, con tus hijos, y quieres olvidar un rato tus problemas y la madre que tienes al lado (esa cuyos hijos van a la clase de los tuyos) sin tener ni idea de tu situación te dice: “lo que pasa es que la gente no quiere trabajar, lo que quiere es vivir de las ayudas”. Y a ti te entra mala leche bestial, porque has enviado más de mil currículums en un mes y no te ha contestado nadie, porque quieres trabajar de cualquier cosa (“Es que solo quieren trabajar de lo suyo” otra frase que escuchaba mucho) y tampoco te salía un trabajo “de cualquier cosa”, y porque la miserable ayuda que tienes (y gracias) no te da para pagar ni la hipoteca ni la luz ni el agua ni la comida (y si no te has muerto ya del todo es porque tus padres y los padres de tu mujer te están ayudando, lo cual es un fracaso, porque te demuestra que no puedes mantener a tu familia, no puedes integrarte en la sociedad como un individuo útil, no puedes ser como la gente “normal”. Todos los parados se sienten culpables. Todos. Y eso no soluciona nada.

Al final, por pura casualidad, a mi mujer le salió un trabajo “de cualquier cosa”, que cogió encantada. Y luego a mí me empezaron a llamar para días sueltos (con contratos de un día, o como mucho de una semana) en la empresa de mi mujer. Y aunque era un trabajo duro, muy físico, que no tenía nada que ver con el trabajo intelectual que yo había estado haciendo hasta entonces, pues iba la mar de contento al trabajo, iba absolutamente feliz, porque aunque no pudiera todavía vivir de ello (con trabajos tan temporales) por lo menos tenía trabajo, por lo menos ya no era un parado total, sino solo un “medio parado”. Eso sí, continué escribiendo. Continué haciendo artículos, continué con mis novelas, relatos y poemas. Y continué haciendo fotos.

Después de muchos emails, después de muchos libros dedicados (los suyos y los míos), después de más de cinco años, un día Navia vino a Valencia y nos conocimos. Y hablamos mucho rato. Y me dijo (me sorprendió que aún se acordara de ese diario) que tenía que publicar “Vida de parado: diario fotográfico”. Le dije que sí, que algún día. Pero no ahora. No todavía. Para entonces ya estaba trabajando “de lo mío”. En el 2015 me llamaron para trabajar en Tarragona. Me fui. Luego me tocó Barcelona. Me fui también. En un momento dado me pude venir a Sagunto, luego me tocó Alicante. A todos los sitios me fui muy contento. Tenía un trabajo. Un trabajo que por fin me permitía vivir de mi trabajo. ¿Parece fácil, verdad?, tener un trabajo que tenga un sueldo que te permita vivir. Pues no es nada fácil. Y no soy nada optimista. Aunque ahora me preocupan mis hijos, y la mierda de mundo que les vamos a dejar. Bueno, en esto soy como todos los padres. Y a veces me cuesta ser “como todos los padres” y luego largarme en todas las vacaciones por mi cuenta, a hacer fotos de estaciones abandonadas y a montar en trenes regionales. Por eso también me he sentido culpable muchas veces. ¿No debería pasar más tiempo con mis hijos? ¿No debería dedicarme a otras cosas más “normales”? 

Soy como soy y me ha costado muchos años aceptarme. Ahora que sale “Caminos de Hierro”, os diré que es el libro que más me ha costado escribir. Hasta ahora lo tenía muy claro, pasara lo que pasara, yo iba a seguir escribiendo. Pero este último año me he quedado sin ganas, sin energía, sin ilusión. Y no solo ha sido la asquerosa pandemia, ni la larga enfermedad de mi madre (que hizo que tuviera que entrar más de diez veces al hospital de urgencias en medio año, hasta que por fin la operaron y que por suerte, porque podía haber muerto en el quirófano, por suerte y porque los médicos eran buenos, la operación salió bien). Todo eso ha influido mucho, por supuesto, porque es horrible estar pendiente del teléfono y saber que cada vez que veo el número de mis padres eso es que mi madre se ha tenido que ir de urgencias otra vez al hospital, y encima con el maldito Covid. Todo esto quema mucho, pero lo que te acaba por rematar es tu propio pesimismo, ese “¿Y para qué?” que no puedes quitarte de la cabeza. Para qué puñetas hago estos libros, para qué sirven. ¿Qué pasa si no los hago, si no me voy de viaje a ninguna parte, si me quedo en mi casa y ya está?

En las primeras páginas de “Caminos de hierro” digo que este no es el libro que quería escribir, que es el libro que he podido escribir. Y esto es la pura verdad. Y sé que se ha quedado más corto de lo que me gustaría, porque yo tenía pensado hacer más viajes. Y mi único consuelo es que, si puedo, escribiré más libros en el futuro. Y si no puedo, bueno, pues… aquí queda esto. Tal vez no sea mucho. Pero por lo menos he hecho algo. No me he quedado en la casilla de salida, he avanzado un trecho, y nadie, nadie, nadie jamás llega hasta el final del camino. Pero la cuestión es hacer todo lo que se pueda y cuando se pueda, y aceptar que en algún punto te tienes que parar, aunque sea por un rato. Y esperando que solo sea por un rato…




ANEXO DOCUMENTAL (antes de que me arrepienta…)

Ser escritor (y también ser fotógrafo) es siempre un lucha cruel, a muerte, entre lo publico y lo privado. Entre lo íntimo y lo colectivo. Hay cosas que hoy no hubiera publicado. Hay cosas que quiero publicar, que voy a publicar y que en el último momento, por lo que sea, decido no publicar. Por un lado quieres contar lo que te pasa, por otro lado tienes miedo de que la gente lea lo que estás contando. Es una lucha muy dura. Yo digo siempre que al final solo publico lo que no he podido dejar de publicar, lo que ha sobrevivido al incendio que yo mismo he provocado, lo que no he querido matar y no he podido.

Lo mismo un día de estos cojo y borro todo esto, lo mismo lo dejo en el blog unos meses. Hoy lo voy a poner. Lo voy a poner porque también es mi manera de dar las gracias infinitas a unas pocas personas que me ayudaron a salir a flote cuando yo estaba muy hundido, y que sin saberlo me salvaron la vida en varias ocasiones. Y sabéis quiénes son… Juan Manuel Castro Prieto y Navia, que tuvieron el gesto increíblemente generoso de contestar a mi email. Luis, Ricardo y Ángel, las personas con las que primero tuve relación dentro de Jot Down (luego fui conociendo a muchos más, y les doy las gracias a todos, porque soy muy feliz siendo parte de este maravilloso proyecto), y por supuesto, a los editores de Barrett, que se atrevieron a publicar mi novela y a Ana Patricia Moya, que me publicó dos libros digitales en “Groenlandia”, su editorial, y que además uso muchas fotos mías para portadas de otros libros y para ilustrar textos de otras personas. Esto por la parte literaria y artística (aunque si me pongo a pensarlo bien, siempre me dejo a alguien, a Alfonso Armada, por ejemplo, que me regaló una gran ventana en su revista, a Manuel Borrás y a Jaime Siles, fieles lectores de mis libros y manuscritos, y seguro que a otros muchos más que ahora no recuerdo...). Luego están todos los amigos, y la familia, desde luego. Eso lo dejo para otra ocasión.
















(No pudo poner todo lo que he hecho estos años, ni tampoco quiero ponerlo, pero estas fotos son un pequeño resumen. No sabéis las veces que he tenido que oír: "¿Pero porqué no te buscas un trabajo y te olvidas de estas tonterías?, ¿por qué no haces algo más serio?, de la poesía no se puede vivir, estás perdiendo el tiempo", etc. etc.)


El primer poema que escribí después de muchos meses sin escribir absolutamente nada, después de unos meses horribles y miserables en los que pensaba en divorciarme (para hundirme solo y no hundir conmigo a mi familia) y largarme a limpiar hoteles a Londres o a cualquier lejano rincón del mundo donde nadie me conociera y donde nadie me buscara si desaparecía un día entre la niebla, fue este, que es el poema del que hablé en la entrevista que os pongo a continuación…




MANERAS DE VIVIR Y MANERAS DE MORIR

Las intenciones no bastan.
Y los buenos deseos tampoco.
Empieza por ser sincero,
sincero como sólo pueden serlo
los hombres heridos de muerte, 
los hombres reventados por la metralla
que llaman a su madre en mitad de las trincheras.
Si el obús cayera ahora
qué querrías dejar, por qué querrías ser recordado.
Empieza por ser sincero.
Y después hablaremos…

Hablaremos de los trabajos que dejaste.
Hablaremos de las mujeres a las que no quisiste amar.
Y de las mujeres que despreciaste 
porque te ofrecían algo más limpio y peligroso que el amor:
su cuerpo, su cuerpo como un mapa vacío 
que tú podrías llenar a tu antojo,
su cuerpo arrebatado al mar, 
que tú tendrías que devolver al mar algún día.
Esa era tu misión y renegaste de ella.
¿Por qué? ¿Por piedad? ¿Por orgullo?
Explícamelo. Y, lo más importante, explícatelo a ti.
Respóndete de una vez por todas… 
¿Acaso no es el destino de todos llegar al mar? 
¿Entonces, qué te detuvo? 
“Mejor pronto y de golpe”, decías, pero eran palabras negras,
palabras para el fuego, heno y estiércol de la poesía.

Así que… empieza por reconocer la verdad,
y entonces hablaremos.
Hablaremos de los amigos que perdiste.
Hablaremos de los libros que no quisiste leer.
(Y de los que leíste, pero como quien se pone guantes
para dar la mano, temiendo que sus palabras vivas
pudieran arrancarte de tu sueño.)

Hablaremos del tiempo que malgastaste y del dolor
que quisiste acomodar en tu cuerpo 
como se acomoda un huésped de lujo 
en un hotel barato.
(Y cuando luego se fue sin pagar, como un fugitivo, 
tú aún saliste en su defensa, 
y lamentaste no haber podido despedirle
como se merecía…) 
¿Qué tenía, dime, qué tenía el dolor que no tenía 
el placer? ¿Por qué te era 
tan querido?, ¿por qué siempre estabas dispuesto
a dejarte llevar de su mano, aunque esa mano te condujera siempre
 a una ciénaga de rencor y dudas?
“Un rencor dulce”, pensabas, dulce como el beso del verdugo. 
Pero te equivocabas. 
Y lo que es peor: lo sabías.

Así que empieza ya. Empieza a soltarlo todo.
Sé sincero como sólo saben serlo los hombres 
que oyen silbar la bala y no intentan esconderse,
que mueren gritando el nombre de la madre, 
 y ya no temen ni al ridículo ni al error.
Sé sincero. La guerra ha empezado ya.
El cañón se acerca.



(Entrevista para la revista Purgante, hablando de mi libro de poesía "poemas rotos" y de otros asuntos y vicios literarios)



Y vamos con algunas fotos…
Ya he dicho que “Vida de parado” no se va a publicar de momento (o tal vez nunca), pero algunas fotos salieron en varias revistas. Para mí eso era importante, porque no vivía de la fotografía, pero por lo menos algunas de mis fotografías eran útiles para algo. Os pongo tres como ejemplo…








Y luego, para acabar, algunas fotos de “En vía muerta”, mi primer libro de fotografía como tal, que se pudo editar porque por suerte aún quedan editores como Ángel, como ya he digo otras veces y como no me cansaré de repetir.















viernes, 25 de febrero de 2022

 


CAMINOS DE HIERRO. UN CIERTO EPÍLOGO...

(NOTA: ¿Empezar la casa por el tejado? No. La casa ya está construida, pero aún no se puede habitar porque faltan unos pequeños retoques... De manera que mientas acaban las últimas obras os voy enseñando el techo... Espero que os guste.)







(Estación de Ciruelos de Coca, Segovia)



QUÉ HUBIERA PASADO SI…

(A MODO DE EPÍLOGO)


Cada vez que miro un mapa de los ferrocarriles españoles y lo comparo con otro mapa de los ferrocarriles europeos veo que el mapa español tiene muchos espacios en blanco. Incluso hoy en día, con las nuevas vías del Ave, el mapa sigue teniendo muchos espacios en blanco. 

Hay factores físicos que explican estos espacios. Hay factores económicos. Y finalmente hay factores políticos. Cuando estuve hace años en Luxemburgo, viendo un ferrocarril minero abandonado, me dijeron esta frase: “Aquí no había valle sin ferrocarril”. No sé si es cierto o no. Tal vez es una exageración, pero en Luxemburgo, como en Francia, en Alemania, en Inglaterra, durante el siglo XX existían miles de ferrocarriles, una red muy densa de vías de tren que comunicaban no solo las principales ciudades y zonas industriales, sino también una multitud de pueblos pequeños. Y de toda esta malla tupida de ferrocarriles hoy en día muchos han sido desmantelados pero otros todavía resisten, aunque sea convertidos en diminutos trenes turísticos, o integrados en los servicios periféricos de una gran ciudad. 

Lo que sucede en España es que nunca llegamos a tener el mapa completo. Nunca llegamos a terminar todos los ferrocarriles previstos, ni supimos o quisimos conservar muchos de los que ya existían. Aquí no es que en el siglo XX hubiera muchos valles sin ferrocarril, es que casi había provincias enteras sin ferrocarril. Y hablo de un momento en el que los ferrocarriles seguían siendo el mejor transporte terrestre. Incluso contando los ferrocarriles de vía estrecha, muchas regiones que pidieron e intentaron tener el tren, se quedaron sin poder ver cumplido su sueño. La Guerra Civil frenó la construcción de muchos ferrocarriles que ya se habían iniciado en la Segunda República o en la dictadura de Primo de Ribera. Algunos se intentaron terminar años después, hasta que en los años sesenta se decidió detener las obras. Luego ya solo quedaba desmantelar un buen montón ferrocarriles que estaban funcionando en los años ochenta y así llegamos a la situación actual en la que hay provincias enteras donde se puede decir que el tren “pasa pero no para” porque va directo a la capital y deja de lado a los pueblos. El caso más triste es el de Cuenca que, si nadie lo remedia, se quedará solo con una estación para toda la provincia, que además será una estación de Ave y que está situada lejos de la ciudad. Pero también tenemos otras provincias con muy pocas estaciones donde todavía se detengan los trenes, como Soria, como Zamora, como Almería, como Huelva (la lista es muy larga…), y además hay que añadir que muchas de estas estaciones abiertas tienen un tráfico muy escaso, a veces con solo dos trenes al día. De manera que hoy por hoy este país es un “desierto ferroviario” y la llegada del Ave no ha mejorado la situación, sino más bien todo lo contrario.

Hasta 1985 uno podía coger un tren en Zaragoza, subir a Valladolid siguiendo el Duero y desde allí llegar hasta Segovia siguiendo el curso del Eresma. Ahora la única forma de hacer ese viaje en tren sería con un Regional hasta Madrid y con otro regional hasta Segovia, o con un Ave hasta Madrid y otro Ave hasta Segovia. Es decir las dos opciones implican obligatoriamente pasar por Madrid y cambiar de tren en Madrid. El centralismo del siglo XIX sigue siendo el centralismo del siglo XXI. ¿Y si vives en un pueblo de Segovia? Pues entonces lo tienes mucho peor. Con líneas cerradas, como la que desde Segovia bajaba hasta Medina del Campo (Ahora vía verde del Eresma) y con solo una línea de tren convencional abierta, que tiene muy pocos trenes y un horario malo, y eso si no te obligan a hacer un trasbordo a un Cercanías, como ya pasa en muchos sitios. Y luego está la otra opción, la del Ave, que siempre es mucho más cara y que también te obliga a coger el coche o un autobús hasta Segovia ciudad. 

Cierto es que este último año ha aparecido el Avlo pero de todas maneras el desplazamiento hasta la capital de la provincia (siguiendo con el ejemplo anterior) no te lo quita nadie y además el Avlo aún no llega a casi ningún sitio, ni tampoco la competencia extranjera (los Ouigo). Si estás en Barcelona tendrás tres modelos de trenes de alta velocidad diferentes para elegir, si estás en Soria tendrías dos regionales al día que solo te llevarán a Madrid. Así están las cosas y no creo que vayan a cambiar mucho. Y si cambian será a peor, porque aún (aunque parezca mentira) se pueden cerrar más ferrocarriles en este país. ¿Hemos aprendido algo? ¿Realmente hace falta cerrar el ferrocarril Aranjuez-Valencia por Cuenca? ¿Realmente es imposible mantenerlo abierto? Yo creo que no, evidentemente. Y me puedo equivocar, y soy un romántico y un nostálgico y me gusta el tren, pero me parece muy triste, además de un gran error, seguir cerrando ferrocarriles en estos tiempos. Simplemente hay que mirar que están haciendo en otras partes de Europa, donde no solo han conservado más ferrocarriles abiertos durante el siglo XX sino que además están abriendo otros que se cerraron hace décadas.

Lo hecho hecho está y no tiene remedio. O tal vez no, tal vez sí tiene remedio (aunque hay que querer ponerle remedio). Leía hace nada un artículo que pedía la vuelta del tren de la “Vía de la Plata”. También leo cada cierto tiempo noticias sobre una posible vuelta del “Directo a Burgos”. Por desgracia me cuesta ser optimista. Y no digo que no se pueda. Digo que para poder primero hay que querer…


Cuando miro los viejos mapas ferroviarios, con sus muchos ferrocarriles hoy desaparecidos, me pregunto: “¿Qué hubiera pasado si todos estos ferrocarriles no se hubieran cerrado?”. Cuando miro los viejos mapas con los proyectos de ferrocarriles en construcción, esos grandes proyectos que cruzaban el país, me pregunto: “¡Qué hubiera pasado si todos estos ferrocarriles se hubieran puesto en marcha?”. Son preguntas sin respuesta, naturalmente, porque el pasado no se puede cambiar. Como historiador he leído mucho sobre el debate de si hubo o no hubo revolución industrial en España. Y como geógrafo he leído mucho sobre la España vacía (o si se prefiere “vaciada”). Tengo claro una cosa: una estación de ferrocarril en un pueblo crea trabajo, crea oportunidades de negocio, crea una mejora en las condiciones de vida de sus habitantes. Al menos mientras queden habitantes en ese pueblo…  






(Señales en la entrada de la estación de Hontanares de Eresma, Segovia)


Una de las razones del desarrollo industrial alemán del siglo XIX fue que el gobierno decidió invertir en crear una buen sistema de transporte por ferrocarril, fabricando ellos mismos todo lo que hacía falta (máquinas de vapor, raíles, etc.) , en lugar de comprarlo a otro país. Aquí se dejó la iniciativa a compañías privadas, la gran mayoría con capital extranjero. Entonces, en el momento de la ley de Ferrocarriles de Madoz, no teníamos mucha experiencia en el asunto. Y sin embargo, si una cosa tenían clara los políticos progresistas de la época es que el tren era el futuro, “El progreso del progreso”, según el propio Madoz. Pues bien, el futuro llegó y paso. ¿Y qué hemos aprendido?

He cogido el coche y seguido las rutas de los trenes desaparecidos. Por donde antes se podía ir en tren, ahora hay que ir en coche o en autobús. En muchos sitios me he encontrado con una vía verde y me ha parecido bien, pero me he sentido engañado, engañado porque parece que tenga que ser lo mismo y no es lo mismo, si te quitan un tren y te ponen una vía verde no te quedas igual, has perdido algo. Incluso si te quitan un tren y te ponen un autobús tampoco te quedas igual, también sales perdiendo con el cambio. Cualquiera que haya viajado en un tren y luego se quede sin ese tren sabe a lo que me refiero. Por supuesto que, ya lo he dicho antes, yo soy un romántico y un nostálgico, pero hablo con los pasajeros, escucho lo que me dicen, y no es que el tren no tuviera sus inconvenientes, pero como me dijo una señora de un pueblo del norte de Palencia “El tren es malo, pero es autobús es peor”. Y si nos quitan el tren tampoco nadie te impide que luego te quiten el autobús, y así poco a poco vamos quitando todo lo que aún se les puede quitar a la gente de los pueblos, y luego ya vienen los discursos de los políticos y todo lo demás… Cuando ya no queda nadie para escuchar ningún discurso ni para creerse ninguna promesa. Y hablo de los pueblos porque los que han perdido el ferrocarril no son los habitantes de las grandes ciudades, sino los que aún quedan en los pueblos, o en ciudades pequeñas que se resisten a ir perdiendo población. 

Pese a todo este libro es simplemente un pequeño resumen de lo que he visto y oído. En la estación abandonada de Ciruelos de Coca me encontré a un anciano que al principio pensé que estaba paseando por la vía verde. Al momento comprobé que su paseo era muy corto, simplemente daba vueltas por el andén, y al acercarme descubrí que estaba hablando por teléfono. Me vio haciendo fotos y cuando terminó su llamada vino a hablar conmigo. “Aquí es el único sitio donde hay cobertura en todo el pueblo”. Me pareció muy triste. Pero también me pareció curioso que el único sitio con cobertura fuera precisamente la estación. Por ahí ya no pasan trenes, tampoco quedan muchos vecinos que salgan a pasear por la vía verde, pero si quieres comunicarte por teléfono con el mundo exterior, el único sitio posible es la estación. ¿Y acaso no fueron eso las estaciones siempre? Y no solo por el tren, sino porque con el tren llegó también el telégrafo y el teléfono. Será casualidad, claro, pero me pareció algo en cierto modo muy hermoso, a pesar de la tristeza de ver la estación abandonada, algo muy metafórico: la estación que después de muerta sigue sirviendo como lugar de comunicación. 







(Túnel abandonado en Alcoy, Alicante)