COMIENZA LA TEMPORADA OTOÑO-INVIERNO, I
UNA HISTORIA DEL ARTE
MODERNO EN MIL QUINENTAS PALABRAS (QUE NO VA A GUSTAR A UNOS CUANTOS)
Cuando unos cuantos alumnos rebeldes se largan del estudio de
un viejo pintor para ponerse a pintar por su cuenta saben perfectamente lo que
están haciendo. Son tan temerarios como ignorantes. La sima ya está
descubierta. Es un abismo inmenso, de una negrura absoluta, sin límites, sin
fondo. El abismo está ahí desde que Velázquez y Goya abrieron la brecha. Pero
hasta el siglo XIX nadie estaba en condiciones de adentrarse en él. Para tener
éxito en la exploración y conquista había que trabajar en grupo. Todos los
intentos individuales, por muy honestos que fueran (Coubert, Turner…) estaban
condenados al fracaso. Pero estamos a finales del siglo XIX, muy pocos años
antes de que el Segundo Imperio francés se hunda en su propia vanidad y
estupidez (y con él empiece a morir una manera de ver el mundo en la que vale
más el honor que la vida, sobretodo si se trata de la vida de los otros), y la
fotografía ha dado el golpe de gracia a la pintura. El pintor tiene una crisis
de identidad insuperable. Desde las paredes de las tumbas etruscas hasta los
cuadros que cuelgan en los grandes gabinetes, palacios y embajadas de la Europa
liberal el pintor ha venido haciendo lo mismo, ha seguido la misma línea
evolutiva. Y todo para ver que esa línea se termina bruscamente. La realidad ya
no necesita a los pintores: tiene a los fotógrafos. Y curiosamente los
fotógrafos y los pintores no son enemigos. De hecho la primera exposición
impresionista se realiza en la galería de un fotógrafo parisino y, sólo por
citar un ejemplo evidente, Degas empieza a utilizar la técnica de la imagen
partida en sus cuadros, en una imitación clara de las fotografías. Entre ellos
reina el sentido común: para mí la realidad, para ti el abismo. Y al abismo se
lanzan, como lo que son, jóvenes imprudentes y aventureros, los primeros
impresionistas. Ellos no saben que están iniciando la destrucción sistemática
del arte. Bueno, es normal, otros no supieron o no llegaron a comprender hasta
qué punto estaban destruyendo la literatura, la ciencia, la filosofía o la
religión.
(...)
(Foto del autor)
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