viernes, 20 de julio de 2018








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Ahora cualquier pueblo, mientras tenga un tamaño adecuado para ser llamado pueblo y no pedanía o aldea (y aún así hay excepciones) ya dispone de una piscina municipal. Y esta piscina municipal es un buen lugar para pasar las peores horas del día, sobre todo si también tiene un bar o un merendero en condiciones. Nuestro pueblo, el pueblo que ya sólo es nuestro en agosto, el pueblo en el que aún se nos conoce por los apodos de nuestros padres, tiene una buena piscina municipal, desde luego, una piscina estupenda. Pero nosotros preferimos el río. O los ríos, mejor dicho, porque con uno no tenemos bastante. Por eso algunos días andamos hasta el Palancia, que supone una muy agradable excursión entre campos y pinares. O cogemos el coche, y hacemos algunos kilómetros hasta el Millares. No vamos solos. Otras familias con otros niños vienen con nosotros. Lo hacemos por ellos, nos decimos, lo hacemos por los niños, para que vean otros sitios, para sacarlos de la rutina, para que sepan lo que es bañarse en un río. Ellos son niños de ciudad. Saben mucho de piscinas, de toda clase de piscinas, pero no tienen idea de ríos, de las corrientes fuertes, de las aguas muy frías y oscuras que casi nunca se remansan, de las piedras del fondo, esas piedras que según el momento del verano, emergen o están ocultas peligrosamente bajo la superficie uniforme del agua, de los peces y los pájaros y las serpientes y las ranas, de las ardillas y los lagartos, de las orillas resbaladizas y de los troncos caídos que sirven de improvisados puentes y trampolines, de los prados y bosques de ribera donde pueden jugar libremente después de bañarse.

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VERANO ENTRE RÍOS. VER AQUÍ:

https://elcuadernodigital.com/2018/07/11/verano-entre-rios/







sábado, 16 de junio de 2018










Maneras de no mirar el mundo. Podría decir que el móvil es una manera de no mirar el mundo, pero esto supondría aceptar la afirmación de que sin el móvil (y antes del móvil) sí mirábamos el mundo. Y no puedo aceptar esa afirmación. No puedo aceptarla porque creo que nunca hemos mirado el mundo, nunca hemos mirado cómo es realmente el mundo. Porque eso da miedo, porque la realidad a veces es resplandeciente, tan brillante que quema las pupilas, pero otras veces es sucia, oscura, turbia, fea, desagradable, molesta, insoportablemente dolorosa, o insoportablemente anodina. Y por eso siempre miramos el mundo de reojo, siempre pasamos de puntillas por la realidad. Y nos inventamos la literatura, y la filosofía, y caemos en los tópicos y caemos en nuestras propias mentiras inútiles. Y buscamos en la religión o en el capitalismo, en el placer inmediato o en la renuncia ascética. Todo vale. Todo menos mirar la desnudez del mundo, la desnudez de la realidad. Y en eso el móvil nos ha venido a salvar.

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http://lasoga.org/maneras-de-mirar-el-mundo/


















 SALA DE ESPERA, TERCERA PARTE Y TEMPUS FUGIT.  VER AQUÍ:


http://hyperbole.es/2018/06/tempus-fugit/

https://www.lemiaunoir.com/sala-de-espera-ferrocarril-santander-mediterraneo-tren-vertigo-mar/





sábado, 28 de abril de 2018




LAS CITAS DE HOY...


1/

... Pasé la mayor parte de aquel verano en Edgeword, con mis padres, y llegado a este punto tengo que relatar un episodio estúpido y carente de sentido. Justo antes del estallido de la guerra, la sobrina de la señora MacMeekan, nuestra vecina, se vino a vivir con ella. Era una joven medioitaliana, medioalemana, hija de un funcionario de la administración egipcia (...) Hasta ahora sólo había conocido a jóvenes damas: ella fue la primera chica moderna que pasó ante mis ojos. 
Solía verme con ella cuando estaba de permiso y, una tarde, mientras la acompañaba a casa por el valle después de la cena, la besé, nos tendimos bajo los árboles e hicimos el amor. No era su primera experiencia sexual, porque había habido un hombre en El Cairo, pero se enamoró de mí, mientras que a mí cada vez que la veía me gustaba menos. (...) En parte por falta de algo mejor que hacer, solía escabullirme de la casa a media noche y encontrarme con ella en los bosques. (...) Al final, para ver si si podía ponerme celoso, inició una aventura con un joven belga que, después de mi partida a España, la puso en camino de tener un niño. Cuando fue imposible ocultar aquello la enviaron a Berlín, de vuelta con su padre. Allí se hizo adicta a las drogas, y pocos años después, se suicidó.
Debería sentir remordimientos por mi papel en esta historia deprimente y, sin embargo, jamás los he sentido. Había llegado a detestar a aquella chica porque sentía como intentaba atraparme y yo estaba resuelto a mantener mi vida libre de compromiso. Mi aventura con ella fue en realidad una consecuencia de la falta de vida y sentimientos profundos que la guerra había dejado tras de sí. Despejar aquello llevó más tiempo del que uno habría supuesto.





2/

... La casa  pertenecía al panadero (y recadero) del pueblo y él y su mujer tenían una hija única, que tendría quizá unos quince años. Allí estaba, descalza y sin nada encima más que un corto camisón de algodón abundantemente cubierto de harina porque era ella quien amasaba el pan. Sus largos cabellos rubios caían sueltos sobre sus hombros y su rostro y sus brazos desnudos también estaban salpicados de harina. A cada movimiento que hacía su camisón mostraba sus pechitos y su delgada figura. 
Me sentí inmediatamente atraído por aquella encantadora muchacha, pero aunque fui a menudo a su casa y le traje pequeños regalos no puede sacarle una palabra. Estaba petrificada por la timidez. Su madre que trabajaba en una fábrica de Amiens, me alentaba pícaramente, le levantó el camisón para mostrarme sus muslos, le pellizcaba los senos e incluso, una vez, me empujó con ella juguetonamente hasta el dormitorio. Pero todo fue inútil. Ni siquiera me sonreía. Al final, sintiendo que mi presencia la irritaba, dejé de pasar por allí.



                                                                       
                                                                            (Gerald Brenan, Una vida propia)