Segunda parte.
¿Se equivoca el hombre por su ignorancia o su ignorancia hace que se equivoque? Es ignorante el que no sabe o es ignorante el que no quiere saber? Un tema que no está "de moda" últimamente, aunque tal vez debiera estarlo... Mirando un poco hacia arriba (en mi caso...), No, más arriba aún. En otro país. En otro país oficialmente reconocido como tal desde hace mucho mucho tiempo. Donde empieza la historia moderna. Esa historia que ya se va quedando tan antigua...
¿Os suena eso de "Libertad, fraternidad, igualdad"? Puede que a alguno aún le suene. Eran tiempos de héroes y revoluciones. De tomas de palacios y asaltos a castillos. Uno está harto de oír la historia de la toma de la Bastilla y
luego, cuando se mete en harina, va y descubre que la toma de la Bastida no es
nada, es algo sin la menor importancia, una anécdota más entre las miles de
anécdotas del momento. Pero claro, había que crear un mito, y tener una fecha
que celebrar, y en eso vino un señor muy espabilado llamado Victor Hugo y dijo,
“¿Oye, tú, y el 14 de julio no es un buen día para una fiesta nacional?”, y los
burgueses que estaban en el poder en ese momento, esto es casi un siglo después
de la toma de la Bastilla, pensaron: “Pues sí, esa fecha conmemora algo intrascendente,
y por tanto no inconveniente, hace creer que el pueblo era el impulsor de la
revolución, pero oculta todas las demás fechas importantes, conclusión: nos
vale”. Y así se empezó el mito: el pueblo se alza en armas cansado de tantos
abusos y destruye la cárcel que es símbolo de esa opresión. Todo muy bonito y
muy falso, como convenía al poder.
¡La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano!
¡Otro mito que hay que desmontar! Parece que sea la cumbre de la revolución. El
punto más alto al que se podía llegar en ese momento, el gran legado de los
revolucionarios e ilustrados franceses. Pero no… Eso era una simple declaración
de buenas intenciones, sin ningún valor legal. Mucho más importantes son los
decretos de agosto de 1789, que abolen lo que quedaba de régimen feudal en
Francia, que abolen la propiedad señorial, que abolen los títulos de nobleza. Y
casi más importante aún es la Constitución civil del clero, porque hasta
entonces, en las diversas sublevaciones populares de los siglos precedentes, se
había atacado a los nobles, pero jamás hasta ese momento se había atacado a la
iglesia como institución, a la iglesia en bloque, a la iglesia en la misma raíz
de su poder. En 1776, los burgueses americanos, en plena guerra por la
independencia, ya habían hecho dos declaraciones en la línea de la que luego
será la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Bueno, más que
“en la línea” hay que decir que la de los franceses prácticamente es una copia
de la Declaración de Derechos de Virginia y de la Declaración de Independencia.
Pero ni siquiera los colonos americanos son los primeros en hablar de estas
cosas que luego vamos a oír miles de veces: “Derechos inalienables” y todo eso.
Ese honor se lo debemos a pensadores del siglo XVII, como Locke, y sobretodo a
un profesor de la universidad de Salamanca del siglo XVI del que ya hemos
hablado en otro artículo: Francisco de Vitoria. Con Francisco de Vitoria
empieza el “derecho de gentes”, luego llamado “derecho internacional”. De ahí
se entronca con los críticos al absolutismo (como Étienne de la Boétie y su
“Discurso de la servidumbre voluntaria”), con los filósofos racionalistas y con
la ilustración. Al final todo se reduce en unas pocas líneas. Pero hacen falta
muchos libros para llegar a esas pocas líneas.
Lo que es nuevo y verdaderamente radical en la Revolución
francesa es la “Declaración de la Mujer y la Ciudadana”, de Olympe de Gouges, y
ya sabemos como acabó su autora, probando en su cuello las virtudes de ese
invento llamado guillotina.
Volvamos a las fechas, hay un historiador llamado Furet que
se da el capricho de empezar la revolución francesa unos quince años antes de
la fecha oficial, con las reformas financieras del ministro Turgot de 1774. No
se si el lector sabe que toda la Revolución francesa es un problema financiero.
El estado tenía las arcas vacías. El estado necesitaba más dinero. Y desde
Turgot hasta Necker, pasando por Calonne y los demás, todos los ministros de
Hacienda y de Finanzas de Luis XVI se toparon con el mismo problema: no había
manera de conseguir más dinero. Ni los nobles ni la iglesia querían pagar y al
pueblo ya no se le podía exprimir más. Por eso hubo que convocar los Estados
Generales y por eso se llegó dónde se llegó. Otra cosa es dónde se llegó realmente,
o si ese era el lugar donde inicialmente se quería llegar. Y otra cosa es el
cómo y el cuándo se llegó.
Y el cuándo no es ninguna tontería. Algunos autores acaban la
revolución francesa con el golpe de estado de Napoleón en 1799. Otros autores incluyen
al Napoleón de la etapa consular, esto es hasta 1804, y otros autores incluyen
toda la etapa imperial en la Revolución francesa y por tanto la dan por
finalizada en 1815. Pero algunos autores van más lejos, y no dan por terminada
la revolución hasta muchas décadas después, en 1870-1880, que es cuando,
derrotados los obreros después de las matanzas de 1848 y de 1871, la burguesía
francesa se monta su Tercera República y dar por terminada su “restauración”
del vacío del poder que dejó el final de la monarquía absolutista y el intento
de simulacro de monarquía que fue el imperio de Napoleón III. Estos autores que
tanto alargan la revolución son los mismos que dividen la historia en una lucha
de clases, los mismos que no dan por terminado el feudalismo en Europa del Este
hasta la abolición de la servidumbre de 1861 decretada por Alejandro II. Son
los autores marxistas-comunistas que en este punto coinciden con el
revisionista Furet, que como sabemos también es el que da una fecha más
temprana para su comienzo y que, para perplejidad de los incautos, no la da por
terminada hasta 1880. Así pues no tenemos varias revoluciones en Francia, la de
1789, la de 1830, 1848, la de 1871. Sólo tenemos una gran revolución que pasa
por diversos estados, según quien toma las riendas, si el pueblo o la
burguesía, o ambos juntos, y que al final no produce sino el triunfo de una
clase que se impone sobre todas las demás.
Por lo demás existe la peligrosa tendencia en los manuales de
texto de disgregar la Revolución francesa de la Guerra de independencia
americana. Esa tendencia se reproduce después en todo el estudio de la
historia. Para luchar contra esto, algunos autores, como Godechot, han hablado
de “revoluciones atlánticas”, tratando de relacionar lo que pasa en uno y otro
lado del mar. Y no les falta razón. La llamada Guerra de independencia de
1775-1783 es además una revolución encubierta. No se trata simplemente de dejar
de ser súbditos del rey inglés, se trata de no tener ningún rey, de fundar una
república, de regirse por una constitución escrita que tenga que ser seguida
por todos y que trate a todos por igual. Eso es mucho más que una simple guerra
de independencia. Y si no que se lo digan a los griegos, por ejemplo, que
iniciaron una guerra para librarse de los turcos y después de 10 años de lucha,
en 1832, cuando por fin se libraron de los turcos, tuvieron que aceptar la
imposición por parte de potencias extranjeras de un monarca absolutista, Otón
I. Eso fue una simple guerra de independencia pero no una revolución.
¿Y qué pasó con las colonias españolas? Pues más o menos lo
mismo. Cierto que algunos ilustrados hispanoamericanos, como Miranda, soñaban
con una revolución como la de sus vecinos del Norte, pero todo quedó en un bonito
sueño, disimulado a veces con supuestas repúblicas más o menos democráticas,
pero en la práctica con la misma vieja oligarquía criolla conservando el mismo
poder de siempre pero sin la tapadera de los peninsulares.
Pese a todo, volviendo a la Revolución francesa, hay que
decir que la revolución que se inició en 1789 (si bien es cierto que se venía
preparando desde mucho antes), y que, en mi opinión personal (que conste:
opinión estrictamente personal), se puede dar por finalizada con el golpe de
Estado de Brumario de 1799, sigue siendo la madre de todas las revoluciones, el
ejemplo a seguir, el modelo ideal de estudio, en pocas palabras: uno de los
hechos más trascendentales de la historia de la humanidad. Si se plantara en mi
casa un extraterrestre y me pidiera que le resumiera la historia de la
humanidad en unas pocas líneas tendrá que hablar, al referirme a la etapa
contemporánea, de dos revoluciones, la francesa, que la inaugura, y la rusa,
que no la cierra pero que la dirige y envía en una dirección no prevista por
casi nadie.
Por eso no es de extrañar que haya, a fecha de hoy, más de 50
mil libros sobre la Revolución francesa. Por eso no es de extrañar que cada
generación de hombres la interprete a su manera. Para los burgueses que
alcanzaron el poder con Luis Felipe de Orleans, en 1848, la Revolución francesa
fue una lucha idílica de un pueblo unido contra la tiranía. Para los
socialistas y primeros marxistas que vinieron luego, no fue una lucha ni tan
unida ni tan idílica. La burguesía usó al pueblo como fuerza de choque, como
carne de cañón, y luego se libró de él sin contemplaciones una vez conseguido
su objetivo. Para los comunistas, Robespierre y los jacobinos eran los
verdaderos héroes, los que realmente lo tenían más claro y los que iban por el
camino adecuado, pero la burguesía, pasado el primer momento de estupor, les
cerró el paso. Para los historiadores liberales, burgueses y conservadores
hasta la médula, por muy liberales y modernos que fueran en su aspecto
exterior, el pueblo se desmadró y se dedicó a hacer todas las barbaridades que
pudo, hasta que por fin vino el Directorio a poner orden. Y como el Directorio
resultó ser insuficiente, se tuvo que recurrir a la dictadura de Napoleón, como
luego hubo que volver a recurrir a la dictadura de otro Napoleón, Luis
Bonaparte, Napoleón III, para contener las ansias destructivas de las clases
bajas.
Es curioso que un conservador y reaccionario inglés llamado
Burke escribiera un librito en 1790 abominando de la destrucción y la violencia
de la chusma (le podríamos llamar “pueblo llano”, o “tercer estado”, pero para
él era simple chusma violenta, necia e ignorante), cuando aún no se había
llegado ni al Terror ni al Gran Terror jacobinos. Lo que Burke vio era un
simple motín popular, uno de tantos. Y puede que en un primer momento esa fuera
la percepción de mucha gente, que fuera de Francia, en las cortes absolutistas,
pareciera eso. Pero lo que empezaba en 1789, y no como un motín popular, por
cierto, sino como una sedición en toda regla de los representantes del Tercer
Estado en presencia del mismísimo rey, se iba a convertir muy pronto en un
movimiento revolucionario radical y absoluto, un auténtico movimiento destructor
de todo el orden social reinante hasta entonces. Ya no se trataba de abolir unos
derechos viejos e injustos, ni de poner en su sitio a una institución que ha
gozado durante siglos y siglos de un poder absoluto, se trata de cambiarlo
todo, de replantearlo todo, de cuestionarse la existencia de Dios, la igualdad
de sexos, el progreso material de los pueblos, el sentido mismo de la vida. Se
trata de crear un mundo nuevo, una sociedad nueva, de llegar a un punto de no
retorno y quemar la naves, de cambiar hasta los nombres de los meses, para que
quede clara la división entre el antes y el después. Esas eran las intenciones
de algunos de los hombres que empezaron la revolución. Otros tenían otras
intenciones más modestas.
Al final la revolución, una vez puesta en marcha, resultó
imparable. Los aplastó a todos, a Condorcet, a Sieyes, a Mirabeau, al marqués
de La Fallayete, a Danton, Desmoulins y otros jacobinos “indulgentes”, a Marat
y a Robespierre, a Olympe de Gouges y a Madame Roland. ¿La radicalización de la
revolución se debió a la propia inercia revolucionaria, o fue la actuación de
las potencias extranjeras, como los prusianos, y a la propia anti-revolución
interior, como la revuelta de la Vendée, además de la ineptitud del rey, con su
estúpido intento de huida, lo que provocó esta radicalización? Bueno, esa
pregunta se la dejamos para los expertos. Aún se pueden escribir muchos libros
sobre la Revolución francesa.
¿Y mientras? Bueno, mientras nos podemos entretener con esos documentales tan básicos, bienintencionados y pueriles de la televisión, o con esas series históricas, más básicas aún, más pueriles y no sé si tan bienintencionadas que nos encontramos en los principales canales de tanto en tanto. Pero bueno, ¿quién dijo que la historia es sólo para los que realmente quieren conocer la historia?
No hay comentarios:
Publicar un comentario