lunes, 25 de mayo de 2015









Aquel verano, ya lo sabes, trabajaba en el yacimiento. Y aquella noche habíamos bajado en los coches al pueblo, a un pueblo cercano. Nos habían dicho que eran fiestas y que habría música en directo. Por pura casualidad me tocó compartir una furgoneta con una chica llamada Emma. El viaje de vuelta fue muy silencioso. Todos dormían menos el conductor, ella que iba en la parte de atrás, apretujada junto a la ventana, y yo, que iba en el asiento del copiloto. Ella miraba a través del cristal y lloraba en silencio. Estaba borracha. Yo había visto muchas veces esa escena: ella llorando borracha, él follando tranquilamente en alguna tienda, o puede que en alguna litera de algún barracón de la zona intermedia. Esas cosas pasaban todas las noches. No era nada especial… Algunas noches veía a alguna pareja discutiendo cuando hacía mi ronda. Otras veces recogía a alguna chica o algún chico y me los llevaba a un lugar cubierto, porque las noches del altiplano eran muy traicioneras, y no quería que, además de con el corazón roto, amanecieran con un resfriado horrendo o algo peor. Aquello no era algo de lo que me gustaba hablar. Yo me limitaba a mirar y no actuaba si no era necesario. Y allí, en esa furgoneta, mirando a Emma por el espejo retrovisor, actuar no me parecía necesario. Ella aún trataba de mantener el tipo. No quería que la vieran llorando. Pero en cuanto bajara del vehículo, se echaría a los brazos de cualquiera. Y era guapa. No le faltarían candidatos para consolarla. (...)

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http://dosdisparos.com/2014/03/26/lo-que-paso-entre-tu-papa-y-tu-mama-por-alfonso-vila-frances/#.VWNSuiiCNnc



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