sábado, 13 de junio de 2020
















Últimos relatos publicados:




Esta historia es absurda de la cabeza a los pies pero no más que la vida. Voy a contarlo todo, punto por punto y coma por coma. Voy a contarlo como lo recuerdo, que no tiene por que ser como pasó. Prometo no mentir y prometo intentar no guardarme nada, por mucho que me cueste. Es todo lo que puedo hacer.
Para empezar tengo que decir que yo tenía menos de cuarenta años, 38 para ser exactos, pero ya no esperaba nada de la vida. El éxito me había llegado demasiado pronto. Pero el éxito no tenía la culpa. O no tenía toda la culpa.  Eso era algo que tenía que ver con mi carácter, con una parte de mi carácter oscura, impenetrable, dura y bien agarrada a mi alma. No podía hacer nada contra ello. Yo estaba destinado a sufrir. A no encontrar mi sitio. A ser un bicho raro estuviera donde estuviera. Con dinero o sin dinero. Con éxito o sin éxito. Pero no voy a hablar de eso ahora. No. Esta no es mi historia. Esta es la historia de T.
Supongo que debería empezar por contar cómo la conocí. En realidad eso importa poco. Nada de lo que pasó después se podía adivinar en aquel momento. Nada estaba previsto. Nada siguió un orden lógico o simplemente un orden. Fue simple causalidad. Simple fruto del azar, de múltiples factores intrascendentes. Y si después la cosa tomó una dirección concreta fue algo que no tuvo nada que ver con cómo empezó, ni tuvo nada que ver con algo de lo que pasó en muestro primer encuentro (...)

HISTORIA DE T. 




Se había quedado encerrado en su propio cuarto. Era evidente pero no acababa de creérselo. Y eso que no era la primera vez. Esa puerta tenía muy mala sombra. Varias veces habían hablado de cambiarla pero hasta ahora no lo habían hecho. A él no le gustaba nada quedarse atrapado. Odiaba los ascensores y los sitios estrechos y oscuros. Pero su dormitorio era espacioso y luminoso. De todas maneras la situación no era nada agradable. Encerrado en su propio dormitorio… ¡Qué absurdo!
“Si por lo menos alguien pudiera abrirme…”, pensó, resignado. Pero estaba solo. Su mujer acababa de irse al trabajo. Ella había pasado por delante de esa puerta hacía menos de cinco minutos. Y él ya estaba despierto, pero no se había levantado para despedirla. Aquello había sido un error. Una persona que se levanta de madrugada para ir al trabajo se merece que, al menos, alguien le despida con un beso en la mejilla y un par de frases amables. Y él llevaba tiempo sin ser considerado con ella. Claro que ella también llevaba tiempo sin ser considerada con él… “Tengo que pensar en algo”, se dijo. No era momento de reproches. Su mujer tardaría diez horas en volver a casa. Tenía que pensar en algo… Y rápido…

CAMINO DEL TRABAJO.



No hay comentarios:

Publicar un comentario