martes, 23 de septiembre de 2014





"Falocracia", comprimido nº 2.









Entre la vida y la literatura elijo siempre la literatura. La literatura es una mentira pero la vida es una estafa.


La mitad de lo que yo he hecho en esta vida lo he hecho para castigarme a mí mismo y a los demás, y la otra mitad de lo que he hecho en esta vida lo he hecho para perdonarme a mí mismo y a los demás.



Toda la vida aguantando insultos y desprecios y cuando enseñas los dientes te llaman perro rabioso.


Ser escritor: escribir un gran libro, y destrozarse.


¿Cómo sigue la vida después de la vida? ¿Cómo sigue la muerte después de la muerte?


Escribir sólo es una forma de curar mis heridas para poder seguir haciéndome daño.



Después de la infancia sólo hay decadencia. Pero aún hay un momento de heroicidad, un canto del cisne: cuando el adolescente se toca su fondo. (A mí me llegó tarde ese momento. Y luego me pasé demasiados años intentando perpetuar esa sensación.)


Guárdate siempre tus miedos para ti. Si se los cuentas a alguien se convertirán en sus miedos, además de seguir siendo tus miedos.


Equivocarse sólo sirve para aprender cuál era el buen camino cuando ya has pasado el desvío y no hay ninguna posibilidad de volver atrás.


Desde las rocas toda el agua del lago parece azul.



La salida del túnel es siempre la noche.


Cuando un hombre es incapaz de seguir los deseos de su naturaleza más íntima está acabado, aunque tenga 20 años y la vida por delante. Cuando un hombre es incapaz de enfrentarse a las exigencias de su propia ambición está vencido, aunque aún no haya empezado a luchar.


Todas las escaleras que he subido me han hecho bajar al infierno.


Todo capitán tiene derecho a hundirse con su barco. Todo capitán tiene derecho a hundir su barco.


¿Por qué he sido un adicto al sufrimiento? Muy sencillo: el sufrimiento es más intenso que el placer.


A veces la única manera de avanzar es retroceder.


Complacer a los demás es ser devorado por ellos.



Uno llega a la categoría de maestro cuando no necesita realizar sus obras, sólo retocarlas, y uno llega a la categoría de genio cuando no necesita retocar sus obras, sólo firmarlas.






He vuelto sólo para comprobar que mi tumba está vacía.



Tal vez no tenga el talento de un genio. Tal vez no tenga su disciplina. Pero estoy seguro de tener algo, uno de los atributos de la genialidad: la impaciencia.



A veces me equivoco sólo para comprobar que tengo razón.




La tarea de un naufrago es mandar mensajes en botellas. La tarea de Dios es hacer que estos mensajes lleguen a alguna parte. ¿Y si Dios no existe? Si Dios no existe habrá que rezar a las olas.



Estoy excavando un túnel que se va derrumbando a medida que voy avanzando.




Un hombre únicamente tiene dos maneras de fracasar. Hacer lo que los demás quieren o hacer lo que él quiere. Curiosamente se tiende a pensar que fracasar del primer modo es mejor que fracasar del segundo modo.



¿Cómo no ser terriblemente vanidoso cuando uno va a ser condenado por ser distinto?



Los malos escritores viven de sus libros. Los buenos escritores viven para sus libros.



Los malos escritores escriben para los que están. Los buenos escritores escriben para los que vendrán.



Dicen que la venganza es un plato que se ha de servir frío. El problema de los vengadores es que si se esperan a que se enfríe el plato, cuando van a vengarse ya no se acuerdan de ellos ni sus verdugos.




La mitad del mundo es culpable y la otra mitad está dispuesta a ejecutar la sentencia.



¿Qué es un buen libro? Los libros que citaría enteros.



Quien renuncia a sus sueños. Se ve obligado a cumplir los sueños de los demás. Y cuando finalmente fracasa, su fracaso es doble.



Llevo muchos años amortizando mis defectos y despreciando mis virtudes.


Sólo hay una cosa peor que no leer: no escribir. Sólo hay una cosa peor que no escribir: no viajar.


Un escritor no vive, investiga la vida, del mismo modo que un forense no muere, investiga la muerte. Un escritor vive apartado de la vida, aunque viva muy cerca de ella, y a veces, si las circunstancias lo requieren, se puede mezclar con la vida, como un policía se puede mezclar con delincuentes, pero no por ello deja de ser un policía.


Un escritor tiene que trabajar por la noche y dormir por el día. Un escritor que se acuesta a las diez nunca será un buen escritor.


Un escritor tiene que tener un vicio, y ese vicio tiene que ser cuanto más público y notorio mejor. No hay mejor tarjeta de presentación para un escritor que su vicio.


Un escritor tiene que vivir solo, incluyendo en su soledad, si lo desea, a mujeres, niños, mascotas y plantas. Un escritor que viva acompañado será como un vampiro que no se refleja en el espejo.


Un escritor tiene que tener sólo una norma: todo vale. En la hoguera de la literatura toda leña es buena.



Un escritor debe tener dos libretas. En una debe anotar cuidadosamente a quien desprecia y en la otra debe anotar cuidadosamente qué hace cada día para poder considerarse a si mismo escritor. Un escritor sin desprecios y un escritor que descuida un sólo día su trabajo de escritor nunca será un buen escritor.


Con una línea al día es suficiente. El trabajo de escritor no se mide por la anchura sino por la profundidad. Las grietas más peligrosas son las más estrechas.


Un escritor tiene cosas más importantes que hacer que ordenar una mesa. Pero un escritor con la mesa desordenada nunca será un buen escritor.


Un escritor tiene que buscar la fama con todos sus recursos, como un perro que olfatea su presa, y tiene que huir de la fama con todas sus fuerzas, como un ladrón de tumbas que huye ante un fantasma.



¿Sabéis cómo detectar a los farsantes? Pedidle a un escritor que tire sus libros al fuego una noche fría de invierno. Un buen escritor los tirará todos sin dudarlo.
(Que quede claro que nos referimos a los libros propios, a los escritos por uno mismo. Tirar al fuego los libros de un compañero no tiene ningún mérito.)


Un buen escritor no se dedica a pretender decir nada nuevo, sino a intentar que se recuerde lo que no debería ser olvidado.




Fotografía de A. V. F.
















LO QUE LA HISTORIA NO NOS ENSEÑA (PORQUE NO LO APRENDEMOS).

 Segunda parte. 


¿Se equivoca el hombre por su ignorancia o su ignorancia hace que se equivoque? Es ignorante el que no sabe o es ignorante el que no quiere saber? Un tema que no está "de moda" últimamente, aunque tal vez debiera estarlo... Mirando un poco hacia arriba (en mi caso...), No, más arriba aún. En otro país. En otro país oficialmente reconocido como tal desde hace mucho mucho tiempo. Donde empieza la historia moderna. Esa historia que ya se va quedando tan antigua... 


 ¿Os suena eso de "Libertad, fraternidad, igualdad"? Puede que a alguno aún le suene. Eran tiempos de héroes y revoluciones. De tomas de palacios y asaltos a castillos. Uno está harto de oír la historia de la toma de la Bastilla y luego, cuando se mete en harina, va y descubre que la toma de la Bastida no es nada, es algo sin la menor importancia, una anécdota más entre las miles de anécdotas del momento. Pero claro, había que crear un mito, y tener una fecha que celebrar, y en eso vino un señor muy espabilado llamado Victor Hugo y dijo, “¿Oye, tú, y el 14 de julio no es un buen día para una fiesta nacional?”, y los burgueses que estaban en el poder en ese momento, esto es casi un siglo después de la toma de la Bastilla, pensaron: “Pues sí, esa fecha conmemora algo intrascendente, y por tanto no inconveniente, hace creer que el pueblo era el impulsor de la revolución, pero oculta todas las demás fechas importantes, conclusión: nos vale”. Y así se empezó el mito: el pueblo se alza en armas cansado de tantos abusos y destruye la cárcel que es símbolo de esa opresión. Todo muy bonito y muy falso, como convenía al poder. 
¡La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano! ¡Otro mito que hay que desmontar! Parece que sea la cumbre de la revolución. El punto más alto al que se podía llegar en ese momento, el gran legado de los revolucionarios e ilustrados franceses. Pero no… Eso era una simple declaración de buenas intenciones, sin ningún valor legal. Mucho más importantes son los decretos de agosto de 1789, que abolen lo que quedaba de régimen feudal en Francia, que abolen la propiedad señorial, que abolen los títulos de nobleza. Y casi más importante aún es la Constitución civil del clero, porque hasta entonces, en las diversas sublevaciones populares de los siglos precedentes, se había atacado a los nobles, pero jamás hasta ese momento se había atacado a la iglesia como institución, a la iglesia en bloque, a la iglesia en la misma raíz de su poder. En 1776, los burgueses americanos, en plena guerra por la independencia, ya habían hecho dos declaraciones en la línea de la que luego será la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Bueno, más que “en la línea” hay que decir que la de los franceses prácticamente es una copia de la Declaración de Derechos de Virginia y de la Declaración de Independencia. Pero ni siquiera los colonos americanos son los primeros en hablar de estas cosas que luego vamos a oír miles de veces: “Derechos inalienables” y todo eso. Ese honor se lo debemos a pensadores del siglo XVII, como Locke, y sobretodo a un profesor de la universidad de Salamanca del siglo XVI del que ya hemos hablado en otro artículo: Francisco de Vitoria. Con Francisco de Vitoria empieza el “derecho de gentes”, luego llamado “derecho internacional”. De ahí se entronca con los críticos al absolutismo (como Étienne de la Boétie y su “Discurso de la servidumbre voluntaria”), con los filósofos racionalistas y con la ilustración. Al final todo se reduce en unas pocas líneas. Pero hacen falta muchos libros para llegar a esas pocas líneas.

Lo que es nuevo y verdaderamente radical en la Revolución francesa es la “Declaración de la Mujer y la Ciudadana”, de Olympe de Gouges, y ya sabemos como acabó su autora, probando en su cuello las virtudes de ese invento llamado guillotina.
Volvamos a las fechas, hay un historiador llamado Furet que se da el capricho de empezar la revolución francesa unos quince años antes de la fecha oficial, con las reformas financieras del ministro Turgot de 1774. No se si el lector sabe que toda la Revolución francesa es un problema financiero. El estado tenía las arcas vacías. El estado necesitaba más dinero. Y desde Turgot hasta Necker, pasando por Calonne y los demás, todos los ministros de Hacienda y de Finanzas de Luis XVI se toparon con el mismo problema: no había manera de conseguir más dinero. Ni los nobles ni la iglesia querían pagar y al pueblo ya no se le podía exprimir más. Por eso hubo que convocar los Estados Generales y por eso se llegó dónde se llegó. Otra cosa es dónde se llegó realmente, o si ese era el lugar donde inicialmente se quería llegar. Y otra cosa es el cómo y el cuándo se llegó.
Y el cuándo no es ninguna tontería. Algunos autores acaban la revolución francesa con el golpe de estado de Napoleón en 1799. Otros autores incluyen al Napoleón de la etapa consular, esto es hasta 1804, y otros autores incluyen toda la etapa imperial en la Revolución francesa y por tanto la dan por finalizada en 1815. Pero algunos autores van más lejos, y no dan por terminada la revolución hasta muchas décadas después, en 1870-1880, que es cuando, derrotados los obreros después de las matanzas de 1848 y de 1871, la burguesía francesa se monta su Tercera República y dar por terminada su “restauración” del vacío del poder que dejó el final de la monarquía absolutista y el intento de simulacro de monarquía que fue el imperio de Napoleón III. Estos autores que tanto alargan la revolución son los mismos que dividen la historia en una lucha de clases, los mismos que no dan por terminado el feudalismo en Europa del Este hasta la abolición de la servidumbre de 1861 decretada por Alejandro II. Son los autores marxistas-comunistas que en este punto coinciden con el revisionista Furet, que como sabemos también es el que da una fecha más temprana para su comienzo y que, para perplejidad de los incautos, no la da por terminada hasta 1880. Así pues no tenemos varias revoluciones en Francia, la de 1789, la de 1830, 1848, la de 1871. Sólo tenemos una gran revolución que pasa por diversos estados, según quien toma las riendas, si el pueblo o la burguesía, o ambos juntos, y que al final no produce sino el triunfo de una clase que se impone sobre todas las demás.
Por lo demás existe la peligrosa tendencia en los manuales de texto de disgregar la Revolución francesa de la Guerra de independencia americana. Esa tendencia se reproduce después en todo el estudio de la historia. Para luchar contra esto, algunos autores, como Godechot, han hablado de “revoluciones atlánticas”, tratando de relacionar lo que pasa en uno y otro lado del mar. Y no les falta razón. La llamada Guerra de independencia de 1775-1783 es además una revolución encubierta. No se trata simplemente de dejar de ser súbditos del rey inglés, se trata de no tener ningún rey, de fundar una república, de regirse por una constitución escrita que tenga que ser seguida por todos y que trate a todos por igual. Eso es mucho más que una simple guerra de independencia. Y si no que se lo digan a los griegos, por ejemplo, que iniciaron una guerra para librarse de los turcos y después de 10 años de lucha, en 1832, cuando por fin se libraron de los turcos, tuvieron que aceptar la imposición por parte de potencias extranjeras de un monarca absolutista, Otón I. Eso fue una simple guerra de independencia pero no una revolución.
¿Y qué pasó con las colonias españolas? Pues más o menos lo mismo. Cierto que algunos ilustrados hispanoamericanos, como Miranda, soñaban con una revolución como la de sus vecinos del Norte, pero todo quedó en un bonito sueño, disimulado a veces con supuestas repúblicas más o menos democráticas, pero en la práctica con la misma vieja oligarquía criolla conservando el mismo poder de siempre pero sin la tapadera de los peninsulares.
Pese a todo, volviendo a la Revolución francesa, hay que decir que la revolución que se inició en 1789 (si bien es cierto que se venía preparando desde mucho antes), y que, en mi opinión personal (que conste: opinión estrictamente personal), se puede dar por finalizada con el golpe de Estado de Brumario de 1799, sigue siendo la madre de todas las revoluciones, el ejemplo a seguir, el modelo ideal de estudio, en pocas palabras: uno de los hechos más trascendentales de la historia de la humanidad. Si se plantara en mi casa un extraterrestre y me pidiera que le resumiera la historia de la humanidad en unas pocas líneas tendrá que hablar, al referirme a la etapa contemporánea, de dos revoluciones, la francesa, que la inaugura, y la rusa, que no la cierra pero que la dirige y envía en una dirección no prevista por casi nadie.
Por eso no es de extrañar que haya, a fecha de hoy, más de 50 mil libros sobre la Revolución francesa. Por eso no es de extrañar que cada generación de hombres la interprete a su manera. Para los burgueses que alcanzaron el poder con Luis Felipe de Orleans, en 1848, la Revolución francesa fue una lucha idílica de un pueblo unido contra la tiranía. Para los socialistas y primeros marxistas que vinieron luego, no fue una lucha ni tan unida ni tan idílica. La burguesía usó al pueblo como fuerza de choque, como carne de cañón, y luego se libró de él sin contemplaciones una vez conseguido su objetivo. Para los comunistas, Robespierre y los jacobinos eran los verdaderos héroes, los que realmente lo tenían más claro y los que iban por el camino adecuado, pero la burguesía, pasado el primer momento de estupor, les cerró el paso. Para los historiadores liberales, burgueses y conservadores hasta la médula, por muy liberales y modernos que fueran en su aspecto exterior, el pueblo se desmadró y se dedicó a hacer todas las barbaridades que pudo, hasta que por fin vino el Directorio a poner orden. Y como el Directorio resultó ser insuficiente, se tuvo que recurrir a la dictadura de Napoleón, como luego hubo que volver a recurrir a la dictadura de otro Napoleón, Luis Bonaparte, Napoleón III, para contener las ansias destructivas de las clases bajas.
Es curioso que un conservador y reaccionario inglés llamado Burke escribiera un librito en 1790 abominando de la destrucción y la violencia de la chusma (le podríamos llamar “pueblo llano”, o “tercer estado”, pero para él era simple chusma violenta, necia e ignorante), cuando aún no se había llegado ni al Terror ni al Gran Terror jacobinos. Lo que Burke vio era un simple motín popular, uno de tantos. Y puede que en un primer momento esa fuera la percepción de mucha gente, que fuera de Francia, en las cortes absolutistas, pareciera eso. Pero lo que empezaba en 1789, y no como un motín popular, por cierto, sino como una sedición en toda regla de los representantes del Tercer Estado en presencia del mismísimo rey, se iba a convertir muy pronto en un movimiento revolucionario radical y absoluto, un auténtico movimiento destructor de todo el orden social reinante hasta entonces. Ya no se trataba de abolir unos derechos viejos e injustos, ni de poner en su sitio a una institución que ha gozado durante siglos y siglos de un poder absoluto, se trata de cambiarlo todo, de replantearlo todo, de cuestionarse la existencia de Dios, la igualdad de sexos, el progreso material de los pueblos, el sentido mismo de la vida. Se trata de crear un mundo nuevo, una sociedad nueva, de llegar a un punto de no retorno y quemar la naves, de cambiar hasta los nombres de los meses, para que quede clara la división entre el antes y el después. Esas eran las intenciones de algunos de los hombres que empezaron la revolución. Otros tenían otras intenciones más modestas.
Al final la revolución, una vez puesta en marcha, resultó imparable. Los aplastó a todos, a Condorcet, a Sieyes, a Mirabeau, al marqués de La Fallayete, a Danton, Desmoulins y otros jacobinos “indulgentes”, a Marat y a Robespierre, a Olympe de Gouges y a Madame Roland. ¿La radicalización de la revolución se debió a la propia inercia revolucionaria, o fue la actuación de las potencias extranjeras, como los prusianos, y a la propia anti-revolución interior, como la revuelta de la Vendée, además de la ineptitud del rey, con su estúpido intento de huida, lo que provocó esta radicalización? Bueno, esa pregunta se la dejamos para los expertos. Aún se pueden escribir muchos libros sobre la Revolución francesa.
¿Y mientras? Bueno, mientras nos podemos entretener con esos documentales tan básicos, bienintencionados y pueriles de la televisión, o con esas series históricas, más básicas aún, más pueriles y no sé si tan bienintencionadas que nos encontramos en los principales canales de tanto en tanto. Pero bueno, ¿quién dijo que la historia es sólo para los que realmente quieren conocer la historia?




lunes, 25 de agosto de 2014





EN CUALQUIER PARTE LA RESPUESTA.

O no. Pero si uno se pone a mirar viejos artículos de escritores que suelen decir verdades como puños se puede encontrar con algo como esto. Tan válido ahora como hace diez años. O cien...


ROSA MONTERO: 

Nos abruma tanto el enigma y el breve fulgor de la existencia que no sabemos que hacer para encontrarle un sentido a esa cosa rara que es vivir. De ahí, quizá, que haya tantos obsesivos. O tantas obsesiones. Empeñarse en un afán que consume tus días. Debe resultar consolador frente al vacío; y si encima te lo reconocen mejor que mejor.

(Pues eso.)




viernes, 18 de julio de 2014












EN ESTA REVISTA HAY DOS PEQUEÑOS REPORTAJES MÍOS...


http://ricksmagazine.wordpress.com/2014/07/18/los-padres-modernos/



(Y SI QUERÉIS MÁS PODÉIS MIRAR EN MIS OTROS BLOGS...)


Y una cita que viene al pelo:

"Si voy a dedicarme a algo frívolo y de poca utilidad para la comunidad, entonces más me vale hacer algo de lo que la gente pueda sacar algo".

(Mick Harvey, músico)



miércoles, 11 de junio de 2014







Me encantan los enamorados de El triunfo de la Muerte. Los frescos altomedievales de la danza de la muerte están muy bien, pero hay que decir que Brueghel lo borda. Ese cuadro está lleno de detalles fantásticos. Pero a mí me encantan los enamorados del rincón.
Ellos van a lo suyo. Sin enterarse de nada. Todo es muerte y destrucción a su alrededor y ellos ni se inmutan. No sabemos si Brueghel estuvo alguna vez enamorado (aunque podemos suponer que sí). En cualquier caso enamorados como los de su cuadro hay en todas partes y en todas las épocas. Y todos nos hemos sentido así alguna vez: invencibles, poderosos, únicos, en un mundo aparte, protegidos de las inmundicias de la vida y de todo mal por obra y gracia de esa energía tan potente, ese chute de optimismo tan inesperado que trae eso que llamamos «amor». Y la Muerte nos mira burlona y por un momento parece que se va a apiadar de nosotros, que nos va a dejar en paz, que va a respetar nuestra felicidad. ¡Y una mierda! De eso nada, nos vamos a joder como todos, y de un plumazo. En el día del Juicio Final, seremos pasto de las llamas del infierno. Como todos.  Pieter Brueghel nos mira a los ojos y nos avisa, nos amenaza, nos despierta a lo bestia. Pero nosotros queremos seguir cantando y soñando, y besándonos y amándonos, y cerrando bien fuerte los ojos, a ver si la muerte pasa de largo.
Nicolás II y su amada esposa Alejandra son los enamorados de El triunfo de la Muerte





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http://www.jotdown.es/2014/06/primero-los-cabrones-luego-los-necios/


viernes, 23 de mayo de 2014