Esta historia debería empezar por el final. Esta historia
debería empezar con un piano de Win Mertens. O con un piano de Michael Myman.
Esta historia debería empezar con una despedida. Mi despedida. Nuestra
despedida.
Te lo he contado muchas veces.
Los fotógrafos, la gente, los gritos… Un barco que se
tambalea en la tormenta y el capitán diciendo que todo va bien, que los señores
pueden continuar con la cena. Y las olas nos golpean y no hay nada que temer.
Los que mueren no son peores que los que sobreviven.
Los que mueren son, de hecho, muchas veces, los mejores.
Y yo estoy viva. O eso parece. Y por eso tengo la obligación
de contarlo.
Lo siento.
Lo siento por todos.
Yo no sé qué demonios hago aquí. Supongo que he tenido más
suerte, simplemente eso.
Y ya sé que tú te alegras. Tú siempre con tus bromas
diciéndome que yo soy indestructible. Que no moriré nunca porque la muerte me
es completamente indiferente.
Pero yo también me muero. Me muero muy despacio. Me muero en
cada línea y en cada palabra. Y siento pena. No por mí ni por ti. No por nadie
en concreto. ¡Y mira que hay nombres en la lista...! No. Siento pena por todo
lo que dije y todo lo que pude hacer. Y por todo lo que no dije y tampoco hice.
Y por todo lo que hice y no te dije que había hecho. Y todo lo que pensé y no
llegué a decir.
Es una pena ambigua y goteante. No es mortal pero mata. No
viene por ningún sitio, pero está dentro y ahoga.
Y no sirve para nada.
Como tampoco sirve para nada decir que lo siento. Pero lo digo…
(...)
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