Dos maneras de enfrentarse a la muerte
(y a la vida):
-Memorias
de ultratumba, Chateubriand, 1849:
Esta
imposible duración y prolongación de las relaciones humanas, ese profundo
olvido que nos sigue, este invencible silencio que se apodera de nuestra tumba
y se extiende más allá de nuestra casa me recuerdan sin cesar la necesidad de
aislamiento. Cualquier mano es buena para darnos el vaso de agua que podemos
necesitar en la fiebre de la muerte. ¡Ah, quiera el Cielo que no sea una mano
demasiado querida para nosotros!, pues ¿cómo abandonar sin desesperación la
mano que se ha cubierto de besos y que se querría tener eternamente sobre el propio
corazón?
-Epopeya
de Gigamesh, poema sumerio, primera mitad del II milenio a C.:
Gilgamesh,
llena tu vientre, alégrate de día y de noche, que los días sean de completo
regocijo, cantando y bailando de día y de noche. Vístete con ropas frescas,
lava tu cabeza y báñate. Contempla al niño que coge tu mano y deléitate con tu
mujer, abrazándola. Porque esto es lo único que se encuentra al alcance de los
hombres.
Pasan los siglos. El mundo continua.
Hay grandes inventos. ¿Se ha avanzado realmente mucho? ¿Cómo debemos vivir? ¿En
soledad, aceptando la soledad como un mal menor contra la muerte y el
sinsentido de la vida? ¿O a ciegas, buscando el goce inmediato, buscando el
amor y la compañía de las personas a las que nosotros queremos, olvidando cuál
será su fin y el nuestro? Desde Mesopotamia a Francia, siglos y siglos de
civilización y una pregunta sin respuesta.
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