jueves, 31 de mayo de 2012


STALIN

3

ELOGIO DEL NECIO:



Leo en la introducción al libro “Los que susurran”, de Orlando Figes:
Antonia Golovina tenía ocho años cuando fue deportada, junto con su madre y dos hermanos menores, a una “colonia especial” de exilio penal en la remota región de Altai, en Siberia. Su padre había sido arrestado y sentenciado a tres años en un campo de trabajos por su condición de Kulak o campesino rico, durante la colectivización de la aldea del norte de Rusia donde vivían. Desde entonces la familia había perdido su casa, las herramientas agrícolas y el ganado, que pasaron a ser propiedad colectiva”.
Lo primero que me llama la atención es que el propio Orlando Figes, uno de los máximos expertos de la época estalinista, no pueda resistirse a denominar a los Kulaks campesinos ricos. En otros libros los he visto llamar “Campesinos acomodados”. Las dos definiciones me parecen incongruentes y equivocadas, o que fácilmente pueden inducir a error. ¿Puede un campesino ser rico? ¿Puede acomodarse un campesino? Acaso no madruga todas las mañanas y se pone a cultivar los campos bajo el sol? ¿Acaso no tiene que cuidar a sus animales durante todos los días del año? ¿Y tanto dinero puede obtener de sus campos o de sus animales para ser “rico”. ¿Cuántos millones de rublos tenía en el banco la familia de Antonia Golovina? ¿Cuánto era ser rico en la Rusia de 1929? Un campesino que es rico no es un campesino, es un terrateniente. Si tiene que trabajar sus campos y cuidar su granja para vivir no es rico, es, en todo caso, un poco más rico que la media de los campesinos. Pero no se puede dedicar a vivir de las rentas, a los lujos y los placeres de los verdaderos ricos (y sí, en la Rusia comunista había personas que vivían muy bien, y no eran precisamente los Kulaks, sino los altos funcionarios, los miembros de la élite del partido, etc.)
Ahora bien. ¿De donde le venía la riqueza a la familia de Antonia Golvina? Como la mayoría de los campesinos, esta familia había pasado los años duros de la Primera Guerra Mundial, seguidos de los años peores de la Revolución Comunista y la Guerra Civil posterior. Allí lo habían perdido casi todo. Luego Lenin y Stalin decidieron dar una cierta libertad económica, la llamada Nueva Política Económica (NEP), y esta política posibilitó que algunos campesinos hicieran pequeños negocios vendiendo sus cosechas (parte de ellas) y comprando tierras de otros campesinos a los que les iba peor. Algunos sacaron partido de esta oportunidad para mejorar sus granjas y aumentar sus tierras, pero siguieron siendo campesinos. No emigraron a las ciudades, no fundaron bancos ni se dedicaron a la especulación comercial. No crearon grandes empresas. Eran simples campesinos que habían trabajado duro durante diez años para sacar adelante a sus familias, y habían tenido más suerte o habían sido más trabajadores o inteligentes que sus vecinos. ¿Es eso un pecado?
Por lo visto sí. Su éxito fue su perdición. A los que nada tienen, nada se les puede robar. A los que tienen poco (aunque sean algunas vacas de más), ya se les puede quitar algo. Stalin, como todos los dictadores, fue un ladrón, un ladrón miserable y cruel. Dejó que los Kulaks hicieran negocios y se enriquecieran (previo pago de sus impuestos, que los tenían, y eran altos). Y luego se lo quedó todo, y los mandó a la muerte (tres años en Siberia puede parecer una condena no muy grave, pero pocos volvían, el frío, el hambre y las enfermedades acababan con ellos), y lo hizo generalmente con la complicidad de muchos de los vecinos de estos Kulaks, que los delataban y despreciaban no por ninguna idea política, sino por simple envidia.
Viendo lo que les pasó a Antonia Golovina y su familia (y hubo millones de familias en la misma situación), me horroriza comprobar que más valía ser un vago, un borracho, un holgazán, un inepto, un mal trabajador en definitiva, mientras fueras sumiso, mientras tuvieras la cabeza completamente hueca y te conformaras con poco. En ese caso Stalin te dejaría en paz. No te robaría nada. No te perseguiría. Como mucho te llevaría a una granja colectiva y allí podrías medrar tranquilamente durante el resto de tu vida. Allí nunca te faltaría ni la comida ni un techo donde cobijarte del frío. Esa es la triste enseñanza de tuvieron que aprender los Kulaks, los intelectuales, los prisioneros políticos, los músicos, artistas, funcionarios y científicos caídos en desgracia: en la Rusia de Stalin el ciudadano útil era el delator, el cobarde, el indolente…

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