(QUEDÉMONOS CON LA BELLEZA DEL MUNDO, MIENTRAS SEA POSIBLE...)
¿Por qué se
fastidia todo? ¿Por qué soy tan pesimista?
Analicemos el
estallido de cualquier guerra. Hace poco he leído lo que opinaba Galdós y Pablo
iglesias sobre el Desastre del 98. Muy pocas personas se atrevieron a decir lo
que pensaban, antes y después de ese lamentable y terriblemente cruel episodio
(tantos y tantos soldados mandados a morir por nada, por el “honor de la
patria”, y tantos supervivientes, heridos, humillados, enfermos, despreciados y
olvidados…), pero su lucidez no sirvió para nada. Ni para prevenir el desastre
ni para hacer justicia a los muertos y heridos, a los que nadie consoló ni
pidió perdón (por no darles, ni les dio la paga que se les debía). Al final
nadie sacó enseñanza alguna de lo ocurrido. En esencia nada cambió en la
sociedad española. Y poco después estábamos metidos en otra guerra, en
Marruecos, y llegó la derrota del Barranco del Lobo (y la Semana Trágica) y el
Desastre de Annual. Más y más muertos y heridos. Y nadie dando explicaciones…
Si le das a
elegir a cien hombres entre pensar por sí mismos o por limitarse a obedecer y
dejar que otros piensen por ellos, la mayoría elegirá la segunda opción. Pensar
por ti mismo es mucho trabajo. Lo otro es más cómodo. Por eso, en los primeros
momentos, siempre tienen tanto apoyo las dictaduras. “Mussolini tiene siempre razón”, (el subrayado y
la negrita son míos) se podía leer en grandes carteles luminosos en la Roma de
los años 30. Y muchos lo creían… ¿Y los que no lo creían? Pues pobres de ellos…
O aprendían a disimular o se convertían en apestados.
Siempre es lo
mismo. En todos los lugares y en todas las épocas. La cosechadora acaba con
todo. Los brotes individuales de sentido común son siempre barridos bajo los
hierros de la cosechadora de la estupidez colectiva.
(La primera foto es del autor, la segunda de Ana Cebrián Giner, ambas están tomadas desde las ventanillas de un coche que circula por una carretera a considerable velocidad, son pues fruto del azar: la naturaleza nos obsequia con estos pequeños regalos, que generalmente nunca agradecemos lo suficiente.)
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